Me dijiste que allí estabas, no supe decir que no, por eso voy camino del aeropuerto.
Oslo es con diferencia lo más alejado de ti que puedo estar, vale, no geográficamente, pero si en calidez y paisaje.
Han pasado tres años y desde aquel beso envenenado, ese que me diste en la estación a mi marcha de tu bello país, no hemos parado de mandarnos mensajes, de desearnos y de que aflorase el cariño de quien se sabe querido y respetado.
Pero Noruega es mi hogar, donde nací y me crie, allí donde los atardeceres son eternos y el amor es algo más frio.
Allí donde mi trabajo me recuerda tanto a ti, cada casa que diseño me lleva al día en que nos conocimos…
Tu marido contrato a mi empresa para que os reformáramos vuestra villa en la Toscana, a los pies del Amiata, los cipreses nos recibieron erguidos, dando entrada señorial a tu refugio de invierno.
Allí estabas tú, enfadada y algo incomoda porque (lo supe después) tu marido no consulto contigo nada de lo que teníamos que hacer, ni sabias que llegábamos ese día.
Solo descubrí una mirada limpia, llena de vida y con ganas de vivir experiencias nuevas, conocer mundo y lo más importante, que alguien te preguntara de forma sincera; Hola, como estas, cuéntame…
La inspección y el calado de la obra nos llevaría a estar una semana tomando catas de los materiales, midiendo todas las estancias, consultando catálogos de materiales y en medio de toda esa montaña de trabajo, nuestro expresso de las 3 de la tarde nos sabia a algo más que café.
Me hablabas (parloteabas más bien) sin cesar, de tus sueños, de tu vida, de tu NO vida… y poco a poco me miraste a los ojos y la emoción subió a nuestra espalda como una mochila pesada, tu marido nos acompañaba siempre, aunque ausente, su Smartphone era más importante que relacionarse con su alrededor, contigo.
Y la sorpresa nos llegó el jueves, mi compañero marchaba a otra inspección en un pueblo cercano (Piancastagnaio) y tu marido salía de viaje a Roma, por primera vez apareció bajo esa dulce mirada, la sonrisa picarona de quien tiene un plan rondando su cabecita.
Avanzo la mañana con normalidad, tú en tus tareas y yo con las últimas mediciones, pasaron las horas y llegamos a nuestro café, no sé muy bien cómo, ni quien dio el primer paso o simplemente sabíamos que era lo que deseábamos, nos besamos delante de la cafetera por un tiempo que se me hizo corto, aunque se nos hizo casi de noche.
No me dejaste volver al hotel, yo tampoco quería irme, tu marido te llamo el viernes, se quedaba en la capital el fin de semana, yo no tenía que ir a ningún sitio.
Y si, nos rendimos el uno al otro en algo más que simple diversión, conectamos, almas gemelas lo suelen llamar, yo, amor.
Y marche, en esa maldita estación de tren, allí donde tu ultimo y más dulce beso, me marco el alma y me partió el corazón.
Sabia, aunque nunca lo dijimos, que no dejarías a tu marido, aunque te daba mala vida.
Sabias, aunque nunca te lo dijera, que no dejaría noruega.
Pasaron los meses y el silencio era atronador, comenzaron las obras, pero no fui y ahí es cuando retomamos el contacto, los mensajes eran formales al principio, pero poco a poco nos liberamos y dejamos salir nuestros sentimientos, nos conocimos profundamente, tuvimos nuestra primera pelea y claro, la primera reconciliación, tres años tres.
Tu llamada era una mezcla de tristeza y esperanza, esperanza por nosotros y tristeza porque tu proyecto de vida no era lo que querías, no con él.